
En la última
semana en nuestro país hemos vivido unos hechos de violencia graves, originados
en el actuar ilegal, desestabilizador y coordinado de las policías provinciales.
Sin embargo, los medios de comunicación masiva observaron las situaciones desde
la perspectiva de los “saqueos”. Hay aquí innumerables modos de analizar las
situaciones generadas y el modo en que las mismas han sido representadas. No
podemos abordar todas, pero intentaremos pensar algunas.
En primer lugar
deberíamos entender que nos encontramos ante un inusitado abandono de sus tareas
por parte de las policías en casi todas las provincias bajo el paraguas de un
reclamo salarial. Resulta prácticamente imposible oponerse a la mejora de los
ingresos de los sectores más postergados. Sin embargo es ingenuo creer que la
secuencia –acuartelamiento en Córdoba y luego del acuerdo en esa provincia
reclamos similares en el resto del país- sea casualidad, contagio o secuencia
lógica e imprevista. No puede separarse la actitud de los policías de los
embates contra sus ilícitas asociaciones por negocios vinculados a la seguridad
que se han dado en los últimos meses. Investigaciones realizadas por fuerzas
federales permitieron la caída de altos mandos policiales en Santa Fe y Córdoba
por sus vínculos con el narcotráfico. La tradición en nuestro país indica que el
poder político local “cede” a la policía el control de ciertos negocios ilegales
a cambio de que esta mantenga la cuestión de la seguridad ciudadana dentro de
parámetros “aceptables”. Que el estado federal interceda en el normal desarrollo
de los negocios policiales de origen ilegal están en el origen de este conflicto
(que por supuesto se legitima con el reclamo justo por salarios). Los hechos de
pillaje, vandalismo y asesinatos que se produjeron en el contexto del abandono
de la calle por parte de la policía, no están relacionados con pobreza, sino con
los mismos operadores que actúan en esas “zonas grises” donde se cruzan sectores
marginalizados, narcos, punteros barriales y enconos internos. Sin entender este
espacio político y simbólico que tan bien describió Javier Auyero en su libro de
2007, se pierde mucho de la comprensión del fenómeno sobre el que se puso el
foco: los “saqueos”.
En segundo lugar,
es interesante analizar cómo miraron los medios masivos, y a través de ellos
gran parte de la sociedad ajena a los hechos, lo que ocurrió concomitantemente
con el abandono y la extorsión policial. La mirada estuvo focalizada en las
situaciones de violencia y sobre ellas no se analizó nunca con precisión los
modos, los actores, los lugares elegidos y los mecanismos sistemáticos de
coordinación. La calificación de “saqueos”, que suena pertinente si se lo mira
desde la definición académica tiene sin dudas más sentido político que literal.
Hablar de saqueos en un diciembre de la democracia dispara el imaginario de
cualquier espectador a vincular el presente con la crisis de diciembre de 2001.
Instalar la idea de una crisis económico, social y política profunda e
insondable es el primer interés. El segundo es convertir esos hechos de
violencia en un espectáculo. Gran parte de las producciones que se desarrollan
en los medios de comunicación son esencialmente formatos del espectáculo y como
tales funcionan con una lógica de la atracción morbosa que desprecia todo tipo
de inteligencia en la información. Lo que es grave de esta cuestión del punto de
vista asumido es que han dejado de mirar la acción coordinada e ilegal de las
policías provinciales –el verdadero meollo del conflicto y cuyas consecuencias
políticas son gravísimas- en beneficio de pensar el problema desde los hechos de
violencia suscitados en muchos casos por aliados / asociados a las mismas
fuerzas policiales extorsivas.
En tercer lugar
se permite vislumbrar una mirada decimonónica sobre la pobreza y los pobres. El
reclamo generalizado “no se roban comida, se roban plasmas”, no habla solo de la
mirada “piadosa” que los sectores favorecidos tienen sobre los desposeídos (“si
robaran comida, vaya y pase, son pobres”). Habla de una sociedad que sigue
creyendo que los sectores marginados del presente responden a la vieja
estructura de clases y no comprenden que los mecanismos de dominación se han
modificado, que las identidades son múltiples –el mismo pibe que es buen
estudiante en el colegio es parte de un grupo social “complicado” en su barrio y
a su vez trabaja haciendo changas en lo que puede para aportar a la casa- y que
la reproducción de la dominación incluye también a los propios medios que
construyen deseos en esos sujetos y luego los condenan por pretender algo más
que arroz y fideos. La pobreza estructural en las sociedades postindustriales es
compleja. Por otra parte la estigmatización de los jóvenes varones de los
barrios más pobres por esos mismos medios –que reproducen los discursos
discriminatorios que circulan entre los sectores beneficiados- ha sido
impresionante en el discurso de los periodistas de saco y corbata.
En esta emisión:
La policía ganó la pulseada a la democracia. Y no solo
ahora
Recorremos con la memoria y algunos sonidos los 30 años que
nos acordamos.
Agenda Porteña: Manu Chao / Teatro gratis en Buenos Aires /
Flamenco en la ciudad
Las cortinas las pone Rock Nacional del
‘83
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